sábado, 7 de febrero de 2009

El Silencio…





Hace unos años mi tío Gerard Oros vino de Francia por primera vez a visitar a su hermano mi padre después de casi 30 años sin verse. Como testigo de ese reencuentro no solo aprendí el valor de los sentimientos, sino que me di cuenta porque llevo en la sangre mi atrevimiento de escribir historias; esta es una de las que mi tío me contó en una de esas noches que salimos a cenar, creo que llovía en Buenos Aires y mientras la lluvia arreciaba en los cristales de las ventanas del restaurante, su voz que le costaba pronunciar el español, me llevo muy lejos en el tiempo, al finalizar nos dijo que no existían caminos para llegar a esa capilla, donde concluía ese relato, uno solamente podía ir a pie y solo si la familia dueña de las tierras te lo permitía, tras casi un día de ardua caminata atravesando la soledad de las campiñas. No me atreví a preguntarle si era cierto o lo había inventando, después me di cuenta que no hay que preguntar nada sino ese misterio se desvanece de un soplido, ahora solo espero que ustedes hagan lo mismo aunque si me preguntaran si es verdad o no, pues yo tampoco lo se, aunque no me haga entender tal vez, solo les diré antes de que comiencen a leer que yo tampoco me imagino la vida, sin amor.
Recién despuntaba Marzo de mediados de los años 40 en Paris cuando vino al mundo, y entonces el cielo brillo como nunca antes para sus padres. Era una niña que apenas nacía, y ya heredaba toda una tradición de siglos, algo que hoy por hoy es difícil de entender.
La vocación de guardar las formas, de preservar una manera de enfrentar la vida. Dicen que nació sonriéndose, una luna de papel le despertaba sus labios de arrebatos y en sus mejillas como de nubes inalcanzables se podía presentir el mañana. Y eso si que era un buen augurio, los dioses estaban de su lado.
Pero así como si se abriera un abanico, se fueron los días, meses y años y la niña había adquirido un porte de princesa, a sus apenas catorce años. Su madre la Sra. Lourdes de Laspiur y Baldovin, solo vivía para ella. Todo estaba delineado para que la niña fuera feliz. Su cuantiosa fortuna. Su residencia en la zona más cara de la ciudad, su casa de campo en las afueras de Paris. Su cuarto con muebles del clasicismo y provenzales. Sus vestidos de diseño. Sus viajes por diferentes lugares del mundo. Su colegio privado donde pocos podían ingresar. Sus institutrices que aunque ya no existían por estos tiempos, ella si las tenia. Su colección de muñecas y casas de muñecas eran reliquias que disfrutaba con una o dos amigas y hasta sus mascotas eran caprichos que a veces se le metían en el corazón y entonces sus padres no podían decirle que no. Eran suyos dos ejemplares caninos, shih tzu, que daban siempre una vuelta por su cuarto donde ella les obsequiaba galletitas y un pequeño cairn terrier que había hecho residencia en una esquina de una de las salas contigua a la biblioteca ese era su preferido. Los otros los cuatro sabuesos de San Huberto y los dos afganos eran de su padre y no quería saber nada con ellos, pues no podía comprender que a esos animales les gustara la caza, que se volvieran locos persiguiendo aves y alimañazas en el campo.
Su piel no poseía imperfección alguna, tenía los ojos color miel y sus cabellos rubios le dejaban como en la luz del pincel de Renoir.
Sus mayores pasiones eran la danza clásica, donde jamás faltaba a una de sus clases y la equitación, que practicaba en un club cercano a su casa; al igual que cuando danzaba apenas subía a su caballo todos o la gran mayoría se quedaban mirándola embobados, como si no pudieran creer que tanta delicadeza pudiera ser cierta; pero nadie se atrevía siquiera a decirle palabra alguna; porque su posición era casi inalcanzable y además a su padre lo respetaban tanto por ser el mayor mecenas del club.
Como se aprendía a ser la hija de un hombre tan importante. Y no solo eso sino que arrastrar por varias generaciones el orgullo de un apellido de nobles. Como era ser la hija de un hombre que llevaba en la sangre el linaje de un tiempo ya perdido, de un aristócrata que había sido dueño de todas las luces y el poder de la fortuna bajo su sombra.
Ella ni siquiera presumía de ser culta, como iba a hacerlo si toda su corta vida estaba edificada sobre los cimientos de lo que se da por entendido. Sus clases de idioma, latín, y de literatura clásica no le abrumaban, y además crecer con la mirada en las obras pictóricas del general Napoleón Bonaparte, porque en su casa varios óleos de enorme tamaño colgaban de las paredes, realizados por importantes artistas europeos, eso la hacia diferente de la mayoría de las chicas de su edad, la historia sobre todo de Bonaparte la emocionaba sabía por su padre que no hubo en la historia del mundo otro hombre más admirado, quizá y solo en el aun más lejano pasado Alejandro, El Magno había superado sus mas grandes hazañas, pero era casi el mismo respeto que se tenia por ambas figuras a lo largo de la historia que le fascinaba. Pero según le dijera su padre, lo mejor que tenia el general era su corazón, su sabiduría, si hablar de Francia, era hablar de Napoleón, que jamás enemigo alguno pudo derrotar su espíritu abnegado por ofrendar libertad y derechos a tantos pueblos oprimidos.
Eso a Julieta Elena del Prado Laspiur y Baldovin le causaba cierta persistente curiosidad, por querer saber mas del personaje, cierta extraña sensación que nunca pudo evitar le ocurría al mirar los cuadros de ese hombre devenido en emperador, pero sabia también que el tiempo se había marchado, que ya no quedaban mas que recordatorios de esa época. Los Museos, el Arco del Triunfo, y Los Inválidos, ese pasadizo de edificios a orillas del Sena donde descansaban para siempre sus restos, que continuaba siendo visitado por miles de personas, como si no pudieran creer que bajo esa impresionante cúpula estuviera enterrado el hombre que llego a ser el amo de la mitad del mundo.
Dejando de lado sus maquinaciones ella no concebía pensar la historia sin ese héroe y en verdad eso lo llevaba muy profundamente escondido. Aunque su vida se centraba en toda una serie de irreprochables protocolos, que en definitiva terminaron por gustarle, le tomo sabor a cantar el himno, con una mano en el corazón, y leer sobre tradiciones de los pueblos galos, descubrió con el tiempo que nada podía ser tan apasionante. Eso tal vez era ser la hija de un noble, conocer y preservar con pertinacia el pasado después de todo estaba orgullosa de su padre, sentía orgullo cuando este participaba en esos torneos internos de esgrima, dejando de lado sus privilegios, o cuando defendía su nacionalismo absoluto en las fiestas de gala con su talante irreprochable. Amaba el respeto que este le ofrendaba a su madre, y cuando desde su cuarto en la planta alta de la casa, los veía pasear por el parque, él con su impecable porte de caballero y ella con sus vestidos maravillosos sostenida de su brazo con la mirada perdida en sus ojos, era como mirar un film de mediados de los años 30 la época del inigualable cine francés, esos filmes que de niña veía junto a su abuela hasta que terminaban llorando juntas.
Fue antes de cumplir los quince años, que falleció su abuela y eso trajo consigo profundos cambios a su vida. Desde entonces no se sentía muy bien y todo cuanto hacia le causaba una suma tristeza. Muy a pesar de que lo intentaba no podía con la realidad. Fue entonces cuando sus padres hicieron un viaje primero a Puerto Rico y después a Buenos Aires y ella los acompaño. Había muchas posibilidades de hacer grandes inversiones en tierras y en algo que le apasionaba, la cría de caballos criollos y pura sangre. Mientras él se informaba de posibles negocios que con algunos de sus socios comenzaría en unos pocos meses. Ella, y su madre recorrieron todo Buenos Aires, los museos, los centros culturales, los anticuarios en San Telmo, los teatros, y miro de cerca la historia viva del General San Martín ese otro militar que de pronto comenzaba a admirar, y le causo desconcierto saber como sus enemigos primeramente habían querido dejarlo en el ostracismo muy lejos de su patria casualmente en una olvidada ciudad francesa para con el paso de los años y tras la admiración del mundo por el general habían aceptado como parte de la historia mas grande de su pueblo. Dicen que la gente común lo amaba tanto que hubiese dado la vida por el.
En una de esas noches después de casi una semana. Su padre las llevo a una cena de gala en un exclusivo hotel, no era a la primera fiesta que asistía, pero en seguida al llegar le pareció la fiesta mas esplendorosa. Había tantos invitados y no solo gente de las finanzas, sino de la cultura, las armas y la política. El esplendor de esa ciudad que fuera conocida como la pequeña Paris se hacia presente. Se quedo sola en un instante cuando su madre se fue a buscar a su padre y mientras tomaba una copa en un rincón, levanto sus ojos y entonces vio venir a su padre, pero esta vez no estaba solo, traía consigo un acompañante, era un muchacho muy joven vestido de uniforme de gala, que fuera estudiante del Liceo, y también piloto de aviones de guerra, hijo de un gran amigo suyo, un criador de caballos. El muchacho era alto y con una sonrisa especial y unos ojos negros encantadores; él se presento y enseguida comenzaron una charla informal, mientras su padre les dejaba solos por un instante. Su francés era pésimo, tanto como para ella el español. Se llamaba Rafael Guillén Robille, era de Monte Hermoso, un pequeño municipio cercano a la ciudad y sin ninguna mezquindad le dijo que su apellido provenía de Francia, pero que amaba la Argentina, extrañaba su pueblo, su campo y a su madre. De su padre no sabia nada desde hacia muchos años cuando decidió separase de su madre, aunque se habían reencontrado hacia unos pocos meses. En seguida ella le contó un poco de su vida y también de cuanto comenzaba a admirar al Gral. Don José de San Martín, claro que él en seguida le narro su historia, de sus hazañas, de cómo Remedios de Escalada su mujer convenció al pueblo de que donara todas sus joyas por la causa de la libertad, del cruce de los andes en mula entre el arreciante frio, a ella le pareció que se asemejaba mucho a Bonaparte y se lo dijo; entonces él le confirmo que la independencia de esta tierra del yugo español se la debían también al emperador que al invadir España, dejo la brecha oportuna para que los independentistas hicieran la revolución. En una escasa media hora ella ya se sentía a gusto junto a él. Le encantaba su acento, su porte de niño-hombre que hacia de su gentileza un culto. Tenía todo lo que ella admiraba de su padre, cortesía, modestia, y simpatía y además era muy apuesto y varonil. En un lapso él le pidió le acompañara a bailar, ella acepto en seguida sin pensar en lo conservador que era su padre y quizá le reprendería; pero eso no la amedrento, Por supuesto que éste no tuvo ningún reproche, es mas el hecho de verla tan feliz le hizo tanto bien que atinaba a sonreírse casi inesperadamente.
Los jóvenes bailaron hasta bien entrada la noche, ella por primera vez se fijaba en alguien que no fuera su padre y por primera vez comenzaba a sentir cosas extrañas muy dentro suyo, algo indominable, que se le venia al pecho y le dejaba casi sin aliento, y como si fuese un instante irreal, se vio en ese enorme salón esplendente, plagado de no sabia cuanta gente entre sofisticadas luces, bailando una bella música lenta de moda, que adormilaba los sentidos era como si los relojes se hubiesen hecho trizas y le parecía inútil pensar en otra cosa que no fuera bailar, inútil pensar en otra cosa que no fuera amor.
Esa noche fue la primera que el matrimonio Laspiur y Baldovin vio reír a su hija después de meses por ello estaban contentos a mas no poder, y sin saber como agradecerle a ese tan apuesto joven, que aunque no conocían mucho tenían la mejor de las referencias, pues con apenas veintitrés años ya se perfilaba para convertirse en general de brigada.
Julieta y Rafael se despidieron con un muy formal beso en la mejilla y él se atrevió a darle otro en su mano derecha, en señal de profunda admiración. Y luego el muchacho les presento sus saludos a sus padres.
Ahora si, no tenia la mas remota idea de volver a Paris como pretendía su madre en los próximos días. Estaba dispuesta a quedarse a vivir allí, pero no sabia como decírselo a sus padres, en realidad escondía la esperanza de que pronto se encontraría con Rafael nuevamente y tendría el suficiente valor para hablar.
Ya casi había pasado otra nueva semana y a más de recorrer la ciudad, no se le ocurría otra cosa, que pensar en él todo el tiempo, y claro que al final se lo termino confesando a su madre y ella por supuesto lejos de enojarse se convirtió en su cómplice. Le dijo que no estaba mal que se fijase en ese muchacho tan buen mozo, que hubo de ganarse la confianza hasta de su padre, que era un inconformista absoluto y eso ya tenia su gran merito. Lo único que no sabia ¿Que podían hacer juntos? Una chiquilla francesa de apenas catorce años y un joven militar argentino de veintitrés, aunque ella y su esposo se llevaban más de quince años. Fue entonces que Lourdes le confeso a su hija como lo había conocido que tampoco difería mucho de la edad de ella y Rafael. Fue a los dieciséis años, en la tienda de su padre, él ya contaba con mas de treinta, pero no pudo resistirse cuando se presento delante de ella con esa elegancia y su pelo recortado peinado hacia atrás, algo en él le encanto a primera vista, recordó que su padre, estaba furioso porque él les invito a todos a una fiesta de cumpleaños de su padre, en su casa de fin de semana en las afueras de Paris - y mi padre ya sabes en su comercio de telas no tenia mucho roce con nadie a mas de sus clientes, pero sabia que esa inesperada invitación venia a propósito porque le tenia bien vista la cara de audaz que ponía cuando venia a la tienda y justo yo lo atendía. Fuimos gracias a mamá, tu abuela, que lo convenció, y allí en esa residencia en la campiña no solo conocimos a toda su familia, y amigos sino que yo descubrí que él era el hombre de mi vida. Desde el momento que pusimos pie en ese lugar nos atendieron como a nadie, François me hizo conocer primero la casa, tan hermosa y después las dependencias donde guardaban cada objeto que había pertenecido a la familia, y me entere de su amor por el campo, y toda esa dulzura y gentileza que no se le iba cuando se quitaba sus lujosos trajes y así vestido como un simple hombre de trabajo, aun brillaba porque no era altanero ni mucho menos y eso termino por conquistarme, además nunca me olvide del respeto que tenia para con sus padres, y me decía: si el trata a si a su madre, con esa devoción, y prestancia, de seguro será igual conmigo y fíjate los años pasaron, él por supuesto que no es el mismo sobretodo por las grandes responsabilidades que debe afrontar a diario, pero jamás me equivoque porque ya sabes no hay hombre mas gentil que tu padre-.
Julieta se quedo anonadada era la primera vez que sentía que con su madre podían hablar de mujer a mujer y el hecho de descubrir todo aquello le conmovió, entonces imagino también que su destino estaba marcado, porque ella amaba a Rafael sin siquiera conocerlo, pero era aun mas difícil, porque a menos que ella se quedara en Buenos Aires no existía otra posibilidad certera de que llegasen a buen puerto.
En ese mediodía el teléfono del cuarto del hotel llamo, buscando a la señorita Julieta. Ella corrió al teléfono y supo en seguida que Rafael estaba del otro lado de la línea. Le pregunto como se sentía, que había hecho en toda la semana, y cuanto pensaban quedarse, no antes de pedirle perdón por llamar así de esa manera tan atrevida, pero no tenia otra posibilidad. Le dijo que la invitaba a salir en ese fin de semana, porque en el Colegio Aeronáutico no le daban permiso antes y solo esperaba que dijera que si.
Claro que Julieta no pudo negarse. Y comenzó a contar los días para que llegase el fin de semana, con su madre de aliada ya no tenia miedo. Fueron todos preparativos, su madre le ayudo a elegir un hermoso vestido y también se fueron a un salón de belleza y se autodescubrió segura de si misma, porque aparentaba más años de los que tenía y sobre todo porque notaba que su padre también le trataba de otra manera, con cierto respeto que le inquietaba. Le tuvo que decir que Rafael le invito ese fin de semana a salir, pero François, su padre no se inmuto, en realidad sabia que había algo especial en ese joven aspirante y conocer de donde venia, de su lucha por entrar al Liceo, no sabia muy bien en la argentina pero en Francia eso significaba mucho y sabia que su hija estaría muy bien cuidada.
En realidad él joven paso a buscarla muy temprano por el hotel, vestido con traje gris y una camisa de color azul intenso, una boina negra, que le resaltaba su mas que blanca piel y sus ojos oscuros. La llevo al cine, después a caminar por la zona de La Recoleta a comprar algunos recuerdos por ahí y se sacaron fotos, en medio de la gente y hablaron de lo que mas a ella le emocionaba de historia y de Napoleón y le contó como se habían formado los granaderos, y de sus gloriosas batallas, él quiso llevarla a conocer la tumba del general San Martín en la catedral y le describió los sucesos que embargaron la semana de mayo de 1810, ella le hablo del fin de la monarquía en su país y de cómo la ciudad había ido cambiando también poco a poco sus costumbres, de la ocupación alemana, en la 2da guerra, le señalo en un mapa imaginario las calles por donde la gente había salido a defender su libertad, por la invasión y hacia 1944 como Charles de Gaulle, fue aclamado por el pueblo, para volver a ser la Francia autentica, la Francia eterna como de Gaulle lo dijera.
Julieta no supo muy bien cuando él la beso, interrumpiendo su charla de ese proveniente pasado, lo cierto es que casi termino por desmayarse en medio de la mesita de ese café, por la 9 de julio y se enamoro casi desesperadamente de ese solitario que aunque ya era todo un hombre con insignia y grado seguía siendo un chico con un montón de sueños rotos que intentaba reparar.
La dejo en su hotel antes de las 10 y media de la noche y no se fue sin saludar a sus padres. El día había sido perfecto para ambos, y apenas a unos minutos de marcharse comenzaba a ahuecársele en el alma el día y la hora de regresar a sus brazos. Pero en esa noche también descubrió el poder de la aflicción, pues su padre le anunciaba que tenían que retornar a Paris.
No reacciono mal, solo que no podía controlar sus emociones agolpadas, en su alma. Le pidió a sus padres solo tiempo para despedirse. Al otro día volvió a verlo y le dijo que el lunes regresaban, que no sabía como hacer, que ya lo extrañaba sin haberse ido. Él le prometió que siempre estarían juntos, que no se preocupara, que en el momento menos pensado iría a visitarla. Sellaron sus promesas con un beso casi inacabable y fue la primera vez que lloro sin consuelo durante todo el vuelo de regreso. Y de ahí en más su vida fue un horrendo suplicio. No le encontraba sabor a nada, y su bello Paris perdió la luz y el encanto. Casi no salía de su residencia y atinaba a pasarse horas con la mirada perdida, en la cama por ahí sus perros lograban volverla en si cuando se trepaban a su lecho demandando sus galletitas, entonces le lamían las manos y se quedaban acurrucados junto a ella como si entendieran lo que estaba pasando.
No hubo llamadas, ni cartas y el tiempo comenzó a arrojar su pavoroso aliento de olvido por sobre sus días. Pasaron muchos meses, Julieta había cumplido dieciséis años y ahora si adquiría otra apariencia, se vestía con dedicación y aunque superaba el metro setenta de altura, le gustaba usar botas o zapatos que tuvieran tacos altos y el hecho de practicar equitación termino torneando sus antes endebles piernas. Casi siempre llevaba el pelo suelto y usaba joyas autenticas en su delicado y largo cuello.
Cuando acompañaba a sus padres a un evento en algún museo o un desfile de modas o al teatro, su belleza, llamaba todas las miradas y aunque eso a ella le halagaba, seguía como sin ver a nadie, estupidamente enamorada de un hombre que estaba detrás de una cortina, de miles de kilómetros, una distancia imposible para cualquiera, pero no para ella.
Habían pasado casi dos años, cuando alguien llamo a la puerta de su casa. Y uno de los mayordomos le aviso que alguien la buscaba. Casi sin pensar camino hasta la puerta de entrada y se quedo muda cuando vio a ese hombre con un impecable uniforme de la fuerza aérea francesa esperándola. Sin preguntar nada corrió a sus brazos y no hubo mucho para decir, los sollozos estallaron incontenibles.
Rafael tras ascender a general de brigada solicito ser agregado militar a la fuerza aérea francesa y lo aceptaron. Entonces se vinieron los mejores días que juntos jamás habían vivido. Cuando él tenia franco, ella le llevaba a conocer cada rincón de Paris, y algunos pueblos cercanos, hasta se animo a visitar la casa de unos tíos en Normandía y allí le complació revelarle la majestuosidad de los paisajes que colisionaban con el mar. Estar juntos allí no se parecía a nada. Rafael a la sazón comprendió su fortuna, de ser un muchacho de pueblo ahora podía subirse a su avión y mirar la ciudad desde los cielos pensando que allí abajo estaba lo que mas amaba en la vida. Por fin se sentía completo con Julieta esa pequeña mujer que lo embargaba de autentica felicidad.
Fue casi un juego de ternura que les llevo a descubrir todo lo que podían ofrendarse, Rafael le enseño a hacer el amor y aunque era la primera vez para ella, fue como si lo hubiese esperado tanto que no fue para nada traumático como le habían confesado sus amigas. No cumplía aun diecisiete y se sentía realizada, una mujer que tomaba sus decisiones y que podía soñar con los pies en la tierra su futuro.
Fue a fines de noviembre de ese año cuando Rafael le dijo que viajaría a Birmania, tal vez allí debía cumplir con su bautismo de fuego, en una misión de los ejércitos aliados, pero no estaba seguro de ello. Fue difícil para Julieta pero su madre ya se lo había anticipado, que para vivir junto a un militar hay que tener valentía, y dejar de lado las lágrimas.
Se contuvo como pudo cuando fue a la base militar a despedirlo en ese mediodia, solo lloro cuando estuvo sola en su cuarto, porque le paralizaba un terrible mal presentimiento, cosa de mujeres debía ser, pero no lograba contenerse.
Pasaron dos semanas, cuando dos militares se hicieron presentes en su casa, para informarle que Rafael había tenido un accidente, su avión sufrió una falla y siquiera tuvo tiempo para nada, pues se presumía acabo estallado antes de caer al mar.
Julieta sufrió un desmayo del cual no volvió sino después de unas horas y el hogar del aristócrata francés se convirtió en un valle de sombras.
Se encerró en su habitación y esta vez dejo de pensar. Su mente no entendía nada. Hasta que mas tarde confirmaron el hallazgo de su cuerpo carbonizado. Una tragedia. Los padres de Rafael en ese anochecer ya viajaban hacia Paris donde serian trasladados los restos mortales del piloto, para ser velados en el pabellón de la fuerza aérea francesa, pues él estaba bajo bandera y seria sepultado con todos los honores que las leyes de la republica instituían a un militar caído en cumplimiento del deber y ella, viajaba hacia el infierno.
Se hundió con el pasar de las horas, en un sopor que le dificultaba saber si habitaba en la realidad. Cuando caminaba se le aflojaba el piso y le parecía que se le enterraban las piernas en un barro de cemento. Se sofocaba poco a poco en la espera inútil hasta que huyo de su casa en un descuido de sus padres. Camino por las aceras de un Paris sin luces, sin color, ni destino. Apurada, como si fuera a llegar tarde a alguna parte, era el final de algo que aun no había comenzado y eso la empujaba por entre la locura y el dolor infinito. Se perdió entre la gente, mientras en su casa al notar que no estaba salieron a buscarla, por cada lugar, cada rincón de esa ciudad edificada por lánguidos trazos. Julieta fue hasta Los Inválidos y allí se detuvo un instante cerrando los ojos, pensando en ese lugar que escondía los sueños dormidos de su general amado, y se lo imagino cabalgando por una antigua pradera plagada de pinos y cipreses pero ahora lo veía distinto, su rostro era el de Rafael...General de Brigada, el emperador de la pequeña Paris...
Decidió que no lo vería en su ataúd y huyo de allí, no se supo más de ella, después de una intensa búsqueda, la encontraron lejos, cerca de la casa de sus tíos. Se suicidio en esa gélida madrugada de noviembre arrojándose en los despeñaderos de Normandía.
Los sepultaron juntos en la pequeña capilla que la familia Laspiur y Baldovin erigieron en lo mas profundo y alejado de sus tierras, rodeada de añosas coniferas y lánguidas enredaderas en las afueras de Paris, donde el azaroso viento se arrastra castigando de día y de noche las salvajes hierbas que parecieran emitir un infinito clamor que endúrese de tristeza el alma. Allí en el sepulcro una esbelta escultura en mármol de una mujer con una túnica, se quita un velo de su cara, con una mano y con la otra intenta tocar el rostro de un hombre uniformado que le mira imperturbable y se parece a Napoleón, abajo al pie de las mismas reza una leyenda: aquí yacen las jóvenes tempestades del espíritu, el general del sur y su amada parisina que se hicieron invisibles para enseñarnos la ultima palabra del amor; el silencio...
Jamás volví a ver a mi tío que falleció unos años después en su bella, Paris, pero nunca olvide este cuento que todavía desanda entre mis sueños...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto el cuento,es hermoso, por momentos senti que era muy ireal la historia pero luego pense que no es inverosimil teniendo en cuenta los años en que se desarrolla la historia.
Me gusto como describe lugares y personajes y me pregunto si ha estado en los lugares que mensiona el cuento, aun me queda la duda de saber si es verdad la historia ya que me parece que me la contaron una tia mia. gracias.

Marisa de Misiones Argentina