miércoles, 4 de febrero de 2009

I - LIZNY




Apareció cual una gran flor de girasol en los maizales o como una emigración de mariposas desde los mares del sur, provocando a su presencia al igual que aquellas exclamaciones asombradas de mis amigos y una mezcla de ternura y curiosidad en mi.
Cuando la vi por primera vez, pensé en el sol de las últimas horas que en aquellos días de marzo marchitábanse en cándidos colores nacáreo-púrpureos y muy leves amarillos.
Lizny tenía sus cabellos lacios del rubio más claro y puro recogido siempre con la ajustada, delicadeza de un moño azul muy pequeño, sus ojos daban esa tonalidad celeste que encala el cielo cuando en la mitad del invierno van anunciándose lluvias sobre-saltadas que parecieran librar las alturas justamente de ese polvillo que impide su absoluta transparencia total e infinita...
Sobre su naricita y las mejillas esparcíanse con naturalidad decenas de pecas concediéndole un aire de precocidad tan risueño y dulce que en seguida procuraba la amistad de quién se le acercara...
Yo habría de contar con trece o catorce años en aquel entonces y a mis aires de hombrecito, ella no era sino una niña¡ frágil niña! Que solo había visto tal vez una primavera más. Pero después de aquella primera vez comencé a experimentar una terrible sensación de angustia en mis pupilas si ella no regresaba, aunque sabía de todas maneras que lo haría pues su madre ocupábase de nuestro jardín una, dos o tres veces a la semana; así fue mi descubrimiento del tiempo tal desordenadamente no lo era .
Aprendí a contar minutos como semanas, semanas como años, años como segundos, segundos como meses, meses como horas; horas como milésimas y milésimas como relojes detenidos, hasta creárseme tremebunda confusión incontrolable. Día a día muy temprano me levantaba a husmear si la niña acompañaba a su madre en las tareas, por los ventanales ubicados en la planta alta de la casa ¡vaya! Y con que decepción me volvía a la cama si ella no está ahí, y si estaba apoyaba mi frente en los cristales, mi cuerpo adquiría la solidez de una columna griega y... La observaba trasmigrar en sus brazos rebaños mojados de cercenadas hojas o ya quitarle la malformación a los helechos barbudos o librar batallas cruentas con ejércitos furiosos de hormigas.
Su permanencia en el jardín a más de librarme de las aflicciones me retornaba a la omnímoda tranquilidad luego de que LIZNY y su madre terminaban sus obligaciones a veces si todavía no era muy tarde, retornaba a la cama con el corazón iluminado y cerrando un poquito los ojos veía ese sol luminoso de no se cuantos colores y a LIZNY cultivando flores de nubes alisas en todo su interior....

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