sábado, 16 de octubre de 2010

Sobre Horacio Quiroga


El monstruo de la naturaleza, la muerte y un solitario escritor…


Los pasos resonaban por las escaleras, unos eran los de la misma enfermera de siempre, él ya lo sabia, pero esta vez escucho otro pasos, mas breves y parsimoniosos, una luz mortecina alumbraba el pasillo, se detuvieron detrás de la puerta, y la voz de la mujer le dijo que llamara, por cualquier cosa antes de retirarse apurada. Detrás de la puerta, vio la sombra de alguien que poco a poco abrió la misma. Solo se atuvo a mirar quien era, desde ese rincón sombrío en la que pasaba las 24 horas del día. Era un hombre de ojos verdes y de tupida barba, que no pareció incomodarse con su presencia.
Hablaron por unos minutos, Vicente Batistessa, el hombre que sufría de elefantiasis, y cuyas deformaciones óseas extremas lo habían convertido en un verdadero monstruo que inspiraba temor de solo estar a su presencia, tal como le había ocurrido a Joseph Merrick el hombre elefante ingles. Por primera vez, quizá desde que tenia uso de razón, que alguien no lo miraba con lastima, ni con horror. Escucho atentamente lo que ese hombre tenía para decirle y él le contesto como siempre había respondido, con un poco de temor y tristeza, pero ya al final de la charla le dijo que su sueño era salir de allí, le confeso casi a punto de llorar, que no soportaba en ese frío sótano, tanta soledad, entonces aquel hombre le dijo lo mismo, y hubo algo que de pronto encendió una amistad que se prolongaría en el tiempo, por cierto un escaso paréntesis antes del final.
Pasaron unos días y aquel hombre pidió que lo sacaran de ese lugar inhumano y le prepararan en su habitación, un lugar y que recibiera la misma atención que cualquier otra persona. Era difícil creer que Horacio Quiroga, el escritor que había conocido, casi como nadie el alma humana y cuya vida ajena a la popularidad e indiferente a los prejuicios, estaba allí debatiéndose entre la vida y la muerte, el diagnostico de cáncer a la próstata, muy avanzado no le daba margen a ninguna espera, pero tuvo tiempo de hablar con su amigo acerca de su vida, de sus sueños imposibles y de sus grandes errores, sentía que Vicente Batistessa ahora su compañero de cuarto en la clínica podía comprenderlo, porque sabia de ese sufrimiento que marca una existencia al nacer y no puede detenerse, pero también podía comprender como cualquier otra persona que no es nada fácil finalizar una historia que parecía que no tendría porque terminar. Ambos estaban condenados de antemano a morir.
Batistessa sabia que las deformaciones terminarían por comprimir sus cansados órganos, hasta que su corazón ya no pudiera resistir el dolor. Horacio Quiroga a su vez, comprendía que esos significaban sus últimos días, ya no había esperanzas, no servia resistirse con esa sujeción a las palabras, ya todo estaba escrito, dicho, cantado.
¿Por qué siempre en su vida había desafiado a la muerte? y cuantas veces le había ganado. Charlaron sobre eso, en esas eternas horas, en que el mundo giraba dejándolos hacia una orilla…
Esa tarde del 18 de febrero después de que los médicos le confirmaran su dolencia, salio a caminar por ese Buenos Aires abismal, mientras cruzaba las calles miraba la ciudad, los edificios, la gente, quería pensar en que no era real lo que le había aseverado el equipo de médicos, cansado después de una hora y media de recorrido se sentó en un parque, tuvo todo el tiempo para observar los niños jugando, y la gente que pasaba por allí, charlando, pensó en sus hijos en los calidos días de sol, cuando remaban por los ríos caudalosos de la selva, el brillo del agua que siempre le hubo de fascinar y que de vez en cuando acariciaba con una de sus manos, la sentía fresca, viva, nueva, como si alguien o algo no dejara ensuciarla – tal vez era Dios, pero él no podía creer en alguien que no daba tantas señales, su escepticismo le jugaba siempre en contra, pero si recordaba los ojos de sus hijos que se reían maravillados por tanta abrumadora belleza, comenzaba a dudar de su propios pensamientos, mientras navegaban a veces se avistaban aves de todos los colores, que emprendían vuelo desde las copas de los árboles, y el sonido de los monos saltando por los ramajes, miles de veces se había preguntado ¿Quién había creado esa infinidad de vidas que no necesitaban nada mas que de la libertad para vivir? y que sin saber de sus hermosuras, dejaban como limpios los oscuros laberintos del pensamiento humano, uno se sentía parte de ese hábitat, de felicidad y entonces todo era liviano, y él también se reía como un niño avistándolos.
Regreso al hospital apenas pasadas las 23, y se arrojo a la cama, Vicente Batistessa lo esperaba imperturbable, entonces con un dejo de melancolía le confeso a su amigo que no estaba dispuesto a continuar con ningún tratamiento, los cuales era muy rudimentarios, para ese tiempo pero desistió del dolor, ese que le había acompañado toda la vida, ya no quería seguir sufriendo, ya no…
Su plan era simple, en esa madrugada del 19 de febrero de 1937 preparo un brebaje, sus manos temblaban al hacerlo, ya con el vaso, en su pecho, Batistessa le sostuvo por los hombros, se miraron fijamente, - no tengas miedo, eres una criatura que ha venido al mundo por algo, todo ser es maravilloso, es un pequeño dios, digno de ser respetado, has ocupado tu lugar y eso es todo lo que debe importarte- le dijo Quiroga a aquel hombre que parecía ensimismado en lo que estaba por pasar, a lo cual este contesto- nunca olvidare lo que has hecho por mi…
Quiroga apresto beber de un sola vez, aquel vaso de cianuro, sus ojos a solo unos minutos se emblanquecieron intento sostenerse y entonces su amigo Batistessa, lo sostuvo en brazos como pudo, hasta dejarlo reposando en el piso, ahora Quiroga por fin podía ver otra vez su amada selva, el olor de los árboles bajo la lluvia torrencial y las palabras que se salpicaban en un amarillo papel, como latidos sueltos de un corazón que no conoce las heridas…
Horacio Quiroga Forteza nació en Salto, Uruguay en 1878, marcado por una dura infancia sin padre, ya que este había fallecido de un disparo accidental de un arma de fuego, cuando él tenía apenas uno dos meses. Desde adolescente mientras cursaba el colegio secundario su interés por la literatura fue evidente, además de que amaba la vida al aire libre, hacia grandes recorridos en bicicleta y disfruta de esas aventuras dejando nacer su inspiración, así surgieron sus primeros versos, a la vez que no dejaba de leer nada que caía a sus manos, especialmente los libros de filosofía.
Sus primeras colaboraciones fueron para la revista La Reforma, allí ya se puede apreciar su estilo que es prácticamente inconfundible, sensitivo, audaz, conciso, capaz de crear en pocos renglones el destino de una vida En 1899 viajara a Paris, con el dinero de una herencia que recibiría de su familia, tras la muerte de su padrastro cuyo suicidio le dejo profundas secuelas. Por esta época Quiroga es un joven apuesto que usa ropa elegante y sus modales son las de un hombre de ciudad, cosmopolita. Usa bigotes y barba candado delicadamente rasurada, arregla sus cabellos con cierto apresto, y nada de lo que hace o dice son profundas invocaciones de su elevada cultura. Pero el viaje a la meca del arte y la cultura, no serán para Quiroga precisamente lo que él esperaba. Dilapidado el dinero en escaso tiempo, emprende el regreso pero ya no es el mismo, había pasado hambre, y frío, y su tupida barba seria como el testimonio de ese viaje a los infiernos, sin embargo traería de Europa un libro nuevo Diario de Viaje a Paris.
No tardara en retomar su participación en la vida cultural a través de sus escritos y tras Fundar la Revista de Salto, también creara un grupo literario, que intentara saltar hacia otras formas de expresión en Montevideo.
En 1901 en Buenos Aires se publicara su primer obra, Arrecifes de Coral, Poemas, Cuentos, y Prosa Lírica, su euforia se ha desatado, es casi un sueño que sus libros comiencen a causar interés en la gran ciudad. No obstante su felicidad durara casi nada, porque dos de sus hermanos mueren presa de la fiebre tifoidea, a mas de las cuestiones literarias, el escritor ama la vida, y no puede entender porque el oscuro destino esta ensañado con los suyos. La tragedia solo estaba a punto de llegar, nadie a ciencia cierta sabrá jamás como sucedió, pero Quiroga terminara asesinando accidentalmente a su amigo Federico Ferrando con un disparo mientras limpiaba una arma de fuego. Seria arrestado y encarcelado, hasta que su declaratoria no dejo libradas dudas de que se trataba de un accidente por lo cual le fue otorgada la libertad.
Apenas después de unos días decidirá abandonar su grupo literario y marcharía a Buenos Aires, dicen que la culpa y el remordimiento por haber asesinado a su amigo no le dejaban en paz. Sus facciones cambiaron drásticamente, y un rictus de angustia se instalo en su frente para siempre.
En Buenos Aires trabajaría como maestro, y a la vez se relacionaba con gente de las letras, es ahí cuando conoce a Leopoldo Lugones con el cual no solo compartirá su afición por las palabras, sino también el costal de investigador histórico de Lugones, que ansiaba descubrir los secretos que habían dejado las ruinas jesuitas en Misiones, Lugones tomaría apuntes, y Quiroga se dedicaría a fotografiar el lugar. Pronto los dos parten a la expedición, pero no serán las ruinas jesuíticas las que maravillan a Quiroga sino la selva misionera, todavía virgen, inexpugnable, eterna.
Al retornar a Buenos Aires, tenia en mente solo volver allá, decidió invertir todo lo que tenia, en la compra de unos campos en Chaco, para sembrar algodón, ubicado a solo unos pocos kilómetros de Resistencia, allí Quiroga aprenderá el duro oficio de peón de campo, pues trabaja a la par de los otros peones, y también sabrá del fracaso, porque no es viable su empresa, los fenómenos atmosféricos, y los problemas que tiene con el personal, lo declaran en quiebra.
Retornara a Buenos Aires a la casa de una de sus hermanas abatido y cansado, pero no dejara de escribir, es cuando comienza a trabajar en su cuentos cortos que lo harán tan celebre como un mito de la historia de la literatura latinoamericana.
Verán la luz algunos de sus aclamados escritos que se darán a conocer en una de las publicaciones de actualidad de mayor circulación por ese tiempo, Caras y Caretas publicando entre 5 y 10 cuentos al año, pronto se convertirá en el mas famoso de los escritores de la revista, y esta se venderá como nunca antes, debido a su presencia.
Mientras tanto Quiroga soñaba con volver a la selva, algo le llamaba desde ese lugar, era como si su corazón se hubiera quedado detenido en esa inescrutable jungla. Hacia 1906 lograra por fin comprar un centenar de hectáreas debido a que el gobierno buscaba inversores para la zona, que a su vez posibilitaran trabajo para los habitantes del lugar. Fue a orillas del Paraná donde ya en 1908 edificaría su casa en los terrenos de su propiedad, antes había logrado seducir y conquistar a Ana Maria Cires, que seria su primera esposa, con ella y con los padres de esta, comenzaría una nueva vida en ese su lugar soñado.
En 1911 nacerá su primera hija, Eglé y junto a su socio Gozalbo, comenzaran explotar los yerbatales, a la vez que consigue un cargo como Juez de paz, encargado de mediar entre los pueblerinos cualquier tipo de disputa y celebrar matrimonios.
En 1912 nacerá su segundo hijo, Darío, apenas los niños crecen Quiroga se ocupara de su educación y de enseñarles los rudimentarios oficios de la selva, los obligaba a enfrentarse al miedo de la soledad de la selva, a lidiar con animales salvajes, y superar las pruebas geográficas, atravesando ríos, o quebradas abruptas.
Hacia 1915 Quiroga continuaba escribiendo denodadamente en los espacios que le dejaban sus numerosas labores de cosechero, aunque eran tiempo difíciles económicamente por lo tanto vivía de la caza y de la pesca de las cuales era un verdadero experto.
Sin embargo esa vida idílica de Quiroga termino por cansar a su esposa, que harta de privaciones, le confeso que quería marcharse de allí, a la ciudad, quería otra educación para sus hijos, otro destino, en realidad ella nunca se había adaptado y comenzaron las cruentas disputas familiares, discusiones, que un implacable Quiroga estaba siempre dispuesto a ganar, ella le rogó que la dejara libre, pero él no cedió a esa petición pensando que era lo mas acertado, hasta que tras una terrible pelea, ella termino con su vida ingiriendo veneno, fue una larga agonía de mas de una semana, donde los niños y el propio Quiroga estaban abrumados, perdidos, desbastados.
La muerte de su mujer le obligo a dejar la selva, consiguió un puesto de administrativo en el consulado de Uruguay gracias a unos amigos y una vivienda que estaba ubicada en un sótano, corría el año 1917, año en el que aparecería su celebrado Cuentos de Amor Locura y Muerte, que era una recopilación de sus cuentos mas provocadores de todos esos años. En 1918 llegaría su Cuentos de la Selva, el libro que lo haría prácticamente imperecedero, por su despliegue de imágenes visuales, descripciones inigualables de la selva y de sus habitantes, ingenio, y una lucidez asombrosa.
En el año siguiente daría vida a un nuevo grupo literario Anaconda y publicaría con los recuerdos de su primer amor, María Esther Jurkovski dos de sus primeras obras mas reconocidas, hacia 1920, Una estación de Amor, y Las Sacrificadas (obra teatral), inspiradas en una ventura amorosa donde se dejan ver ciertos prejuicios sociales, y religiosos que desvirtúan el destino del amor.
Quizá la más influyente popularidad de Quiroga nacerá cuando el diario La Nación comienza a publicar sus cuentos en su suplemento cultural. Ya en 1924 se editara Desierto, otro libro de cuentos, repitiendo el éxito de Anaconda y otros cuentos en 1921.
Amaba el cine, y como tal dedico mucho de su trabajo a la crítica cinematográfica, tenia una sección en la revista Atlántida de tirada nacional, como asimismo en otras publicaciones emblemáticas como La Nación.
En 1926 se instalaría en Buenos Aires donde trabajaría durante un año en sus escritos para crear según sus biógrafos uno de sus mejores y mas logrados trabajos, Los Desterrados.
Se casara por segunda vez con una mujer de apenas 20 años, Maria Elena Bravo no pasara demasiado tiempo para que surjan los primeros conflictos con la misma. En 1932 decidirá marchar otra vez a la selva, era su última posibilidad de intentar retener a su pareja y su pequeña hija de apenas tres años. Terminaría perdiendo su puesto en el consulado y volverían ya en plena selva las discusiones y el ímpetu de abandonarlo de su segunda esposa.
En 1935 tras una terrible disputa, ella y su hija lo abandonaran en medio de la selva, Quiroga esta desesperado, como uno de esos animales salvajes que tanto le gustaba domesticar, acorralado entre sus imposibles, con los primeros síntomas de la enfermedad mortal que lo hundiría en la mas absoluta desesperación, la depresión se apodero de sus días, soporto como pudo la soledad en esos años hasta que no pudo aguantar mas y viajo a Buenos Aires en ese fatídico 1937.
Lo demás ya todo esta escrito, su final que se predice y sus libros que serán una llamarada para quienes ahondan en su vida, nacerán vastedades de biografías no autorizadas, de anécdotas, que no se sabe si fueron ciertas o no, de locuras como el que le llevo a construir una embarcación con sus propias manos, y de un centenar de sueños que todavía nos resulta increíble leer.
Quiroga quiso que en su obra estuviese ese -ser vivo y visceral- como la selva, que tuviera sus dones y sus sombras, como de hecho los ostenta, que representaba la naturaleza en su más intensa revelación, en contrapartida del hombre que intenta doblegarla, sin tener en cuenta la escasez de su existencia. Nos llevo por el dolor de sus personajes, casi siempre individuos que no podían deshacerse de una especie de maldición, algo invisible que los llevaba rodando como un arbusto seco por el desierto de sus pocos anhelos. Nos describió la terrible pobreza de los peones rurales, y de cómo eso mismo se sucede una y otra vez, generación tras generación, pero sin quitarles esa esperanza tan antigua como inexplicable, dio testimonio de la gente que esta olvidada, perdida e intento con sus escritos decir que había un sentido en sus vidas deshechas. Se enfrento a la muerte y no solo camino entre sus infernales devociones, sino que la hizo suya, ya no le temía, ni podía dejar que jugase con su espíritu, ni con su mente que a veces se redimía al miedo, quizá por eso prefirió morir al lado de un amigo considerado un monstruo, que causaba espanto como Batistessa, conciente de que la naturaleza se manifiesta inimaginablemente para vencer al hombre aunque el alma humana se porfié de creer que puede alguna vez vencerla.

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